¿Qué dices cuando las palabras pesadas y tristes luchan con fuerza contra la irresistible conciencia, cuando no quieren salir de la boca, cuando provocan llanto y dolor que explota dentro y fuera de tu cuerpo, cuando no sabes siquiera qué sucede dentro de ti, y te ahogas de desesperación por no comprenderte?

Siempre encontrarás una solución para fumigar tu mente de aquellas cosas que te atrapan y sofocan en esos momentos raros que te obligan a reposar y sufrir, eternamente..
En mi caso, hoja en blanco y lápiz oscuro, terapia hecha de a dos, entre mi conciencia y mi corazón..

viernes, 4 de marzo de 2011

Me has condenado a amarte...



Tristes y desesperadas lágrimas viajan por mis mejillas.
Las humedecen tiernamente con pequeñas pizcas de melancolía.
Siembran semillas de amor en cada uno de sus pasos.
Se derriten al ritmo del acalorado latido complaciente de mi pobre corazón.
Mares de soledad y desamparo se han formado precipitadamente en los cuatro rincones de mi cuarto; y nado en ellos en busca de tu mirada, esa inolvidable sensación, increíble alucinación que vuela como mariposas encerradas en un frasco de vidrio cerrado y transparente.
Cada gota grita tu nombre. Cada segundo trae consigo una mancha de locura y fantasía.
Cada cielo despejado pinta con un brillante matiz blanco la figura de la impenetrable luna llena; se refleja con aires de autoridad sobre el calmo río que atraviesa el solitario puente de caliza.
Una a una las estrellas titilan a lo alto, al compás del alegre ritmo que se hace escuchar entre la hierba.
Grillos aventureros y aves viajeras saludan cariñosamente y nos envuelven con su magia en un cuento de hadas.
El rápido silencio de la ruta nos desliza intencionalmente hacia un inmenso mundo deshabitado y frío, ofreciendo una suave brisa trasnochadora y una compañía ciega y ausente.
Las olas de esa corriente tiesa, que roía con suavidad las piedras ancladas en la orilla, depositaron entre mis pies una botella color maíz, y dentro, recostada de lado en su fondo,estaba yo.
Con extrañeza y confusión removí granos de arena que cegaban mi mirada, y me encontré, asombrada y conmovida.
Estaba ahí, soñando, sintiendo, amando, sollozando, luchando contra el bestial destino, y batallando más allá de mis miedos, para lograr paralizar el tiempo.
Conseguir, en ese instante, seducir tus encantos de amante infiel, envolverte con mil sogas de hilo francés y encerrarte conmigo en aquella absurda botella de cristal antiguo.
Que aquel espacio sea el refugio de nuestras almas, donde recurra en las noches tristes, ore con sigilo a un Dios perdido entre penumbras, y rece en secreto por volver a poseerte.
Aquellas plegarias harán eco en las gruesas paredes vidriosas y tu silencio será quien responda a las preguntas de esta mujer enamorada, que sin quererlo está hoy condenada a amarte…
Dime amor cómo respirar, es imposible si cada uno de mis suspiros se los llevó tu presencia. El oxígeno quedó contaminado, y la sangre, antes roja pasión, está atrapada en una cárcel de robustos lingotes.
No anhela salir, no quiere volver a ser libre; prefiere ser esclava de tus ojos verde esmeralda.
Cómo podrán mis manos volver a rozar la dulzura de las noches, sin llorar por no sentir la suave piel que me abrazó entre las sábanas, cuando creía desvanecerme por no encontrarme.
Dónde buscaré tus labios, el silencioso susurro de tu boca, esa obsesión peligrosa que transformaba en deseo amarte locamente y hacerte mío a escondidas.
Por qué no logro escapar de la monotonía de mis días, y recaigo en el espejismo de no tenerte, de pensar que tus manos reviven únicamente en las huellas que dejaste enterradas en mi pecho…
Quién observará mi rostro dormido, y me regalará sus mimos de caramelo, envueltos prolijamente en papeles de colores.
Quién dibujará corazones en mi espalda mientras despierto lentamente de un sueño casi real, donde recostados entre pétalos de rosas, imagino un mundo contigo.
Quién quitará mis ropas con timidez y ternura, y me hará el amor desenfrenadamente bajo finas telas que rodeen nuestros cuerpos desnudos.
Quién será el que me atrape con sus filosas garras, y devore sin compasión mi anatomía encendida con chispas de fuego, quemando hasta extinguirse en cenizas y polvo.
Quién cubrirá de sonrisas mi fisonomía, y despeinará graciosamente mis cabellos hasta perderse entre sus dedos de marfil, tallados por artesanos de sueños con la delicadeza de una dama.
Quién me recitará al oído con voz de poeta perdido entre notas, canciones de amor y esperanza, inventadas tristemente para callar bocas de fuego y miradas que irradian calor al creer escuchar un Te Amo.
Quién volverá a acariciarme por primera vez, manipulará mis débiles fuerzas de niña y terminará acostándose con mi alma para ponerle un sello a mis deseos.
Quién retornará para enamorarme y soñar nuevamente con oír que le pertenezco, así como las flores y el sol a la primavera.
Quién será, amor mío, sino tu deseada figura, la que regrese a hacerme mujer, y le devuelva a mi vida las ilusiones que concebimos aquella noche de lujuria, donde inocentemente me hiciste conocer para qué sirve el corazón.
Por qué no apareció de repente un ángel vagabundo, y con pausa y devoción, me explique cómo deshacerme de esta maldita sensación que se escapa como arena entre mis dedos.
Por qué tuve que entregarme a mis emociones y dejar a un lado los gritos alterados de mi conciencia.
Por qué no pude evitar acostarme con el diablo que habitaba mis sombras, y hoy caminar esquivando vestigios de locura.
Por qué es imposible alejarme de este estado que asfixia y no deja respirar, por qué sólo tu amor es capaz de rescatarme de esta tormenta.
Por qué quise enamorarme, por qué elegí ser feliz y vulnerable, por qué abrí mi marchito corazón sin cuidado, sabiendo que finalmente la demencia acabaría por encontrarme…

Efecto Mariposa.



-Buenos días- , dicen mis ojos despabilados frente al espejo, deshonesto y sucio como mi alma.
Despierto aplastada por los pies de la tonta rutina.
Como sucede inútilmente en la vida de cualquier ser que una vez durmió; por la tarde los fines de semana, saboreando los últimos desechos de la noche anterior.
Legítimamente como todos creen que debería suceder.
Lo típico, aquello que no excede los límites naturales de la sociedad en que vivimos, en que indebidamente nos tocó caer.
Así me aconteció el día, el sol me esperaba desde hacía horas, las nubes que marcaron territorio con su repetido recorrido, el reloj comió sus pilas por el hambre y mis ojos entreabiertos sorprendieron mi anatomía entre sábanas.
Aún continuaba con vida. 
Sin embargo, mi habitación no era la misma.
Aquella noche algo había pasado.
Buscando soluciones a esta incógnita vacía encontré mariposas por los rincones y cenizas desparramadas por el viento madrugador que sacudía con fuerza desde la ventana semi-cerrada.
Espiando bajo la cama quedé aterrorizada al hallar rastros de seres raros que visitaron mis sueños cuando intentaba callar mis pupilas.
Y nadando entre olas de humo y consumiendo secas hierbas cosechadas por manos de finas señoras, armé una historia que no olvidaré jamás, aunque muera por enterrarla...

Este cuarto fue un museo, una obra de arte, y un triste momento desesperado, donde quise tocar el cielo, y acabé recostada en la sucia tierra, acariciando fantasmas y contándoles cuentos a enanos protectores, que curan dolores con manzanas coloradas.
Desnudada por brazos sin piel y aplastada sin compasión por fuerzas sobrenaturales, yacía eternamente, hasta olvidar mi nombre y perder la dirección de mi mirada.
Esa noche, en ese cuadrado de ladrillos adornado con espejos y pintado con acuarelas desteñidas, derrotada por enemigos íntimos e infiel de todo tipo de fantasías, bajo la soledad de los que miran pasar la vida desde arriba, en esa cruel noche ME TOCÓ PERDER.
Todos, en todo momento, perdemos algo.
A cada paso que damos perdemos caricias y gotas de amor, instantes de felicidad y dulces lágrimas.
Perdemos mucho tiempo durmiendo y gran cantidad de sueños al despertar.
Pero aquella noche, perdí la cabeza. 
El control mental de mis actos quedó regalado al exceso de soledad, y con ella, bienvenidos fueron los tóxicos que acabaron por derrumbarme.
Ellos mismos cavaron mi tumba, y antes de finalizar, robaron los pocos granos de vida que me quedaban.
La había escondido en un cajón, sellado con sangre de mis venas, era mía, sólo mía, pero hoy las llaves le pertenecen; no soy más que una esclava de mi libertad.
Bailándole al miedo y cantándole a gritos exasperados, mis manos fueron obligadas a ceder.
Frente a mí se encontraba el hermoso rival, avanzaba sin pies, flotaba como un espectro luminoso en medio de la oscuridad del espacio.
Estaba acá, a mi lado, jugando con mis cabellos, tocando mis brazos, rozaban nuestras narices al borde de la locura. Había fuego en mi cama. Las cortinas dibujaban sonrisas impacientes.
Aparecieron velas encendidas, le daban fuerza a la potente compañía de mi habitación, que se hacía visible con cada rayo de luz que disparaba con enojo.
Sólo el destello de la única estrella observable desde mi lecho alumbraba en penumbras este rostro desfigurado, y las sombras remarcaban con vergüenza las ojeras que producía la lucha interminable contra mi hostil compañero de cuarto.
Sin pausas, pero lentamente, esa pequeña ilusión fue consumiéndose entre mis dedos. 
La llama seguía latiendo, y se movía con gracia al compás de la música, que ya sonaba como murga para mis débiles oídos.
Mis cinco sentidos terminaron por reducirse a uno sólo, a la sensación de nocivos latidos que golpeaban con furor, hasta corroer las capas de mi cabeza y estallar en dolor por no morir atrapados ahí dentro.
A pesar de los movimientos interminables que mantenía a mi conciencia despierta y prófuga del tiempo, atada con alambres al peso de la angustia, lograba descansar por segundos.
En sitios donde el frío penetraba en mis huesos, con los insensibles pies sobre la almohada o acurrucada en el suelo contemplando desde abajo el monstruo que perseguía mis sueños.
Abrazada a una de las paredes claras, donde reposaba el inmenso cuadro en blanco y negro que una vez me obsequiaron, noté la enorme desesperación de mi cuerpo.
Peleaba por salir de ese estado que mutilaba mi ser sin escrúpulos, lo amordazaba con gruesas sogas y daba latigazos con la furia de un león. No tenía límites. Estaba en medio de una batalla.
La temperatura corpórea ya no era constante, los grados subían y bajaban como niños en un parque de aventuras.
Al ritmo de la marea me quemaba y creía estar en medio de un incendio forestal, y cuando la perilla del reloj cambiaba de línea, nadaba sin ropas en un helado océano, tiesa y fría.
En una noche fui hada, sirena y princesa. Estuve muerta y bailaba en vida.
Podía correr sin piernas y nadar sin agua. No existía el tiempo, ni las horas, ni las letras.
Alquilé amigos sin nombres y habité durante años en países llenos de matices, alucinógenos e insólitos.
Aquella noche perdí una carrera y le robé minutos a la soledad de la ciudad, la demencia me abrazó con fuerza y no pude escapar de sus hermosos labios.
Me extravié caminando por senderos de piedras sin forma, y caí como Alicia en un pozo sin fondo, donde desperté aturdida; conejos jugaban cartas apostando mi vida.
Desde ese momento descubrí que era tarde. Había perdido mis ropas, mis sueños, mis manos, había sucumbido en un mundo de raros colores, agrios sabores e imágenes alternándose con figuras extrañas y confusas.
Había perdido libros y fotos, personas que conocía y un amor en puerta, esperando a una bella mujer, hoy convertida en ruinas y con un alma vacía y oscura.
Había perdido mi futuro. Lo había consumido con mis propias manos.
Y cuando la melodía dejó de sonar, y el último vestigio de luz de la pálida vela se apagó agotado, renací entre cenizas.
Un soplo de aire abrió mis pulmones y logré volver a respirar.
Cansada abrí los ojos e intentando comprender la historia de aquella noche, tomé lápiz y papel, y relaté con cuidado y de la mano de una caliente taza de café, el viaje al fantástico paraíso de la locura.

Gota a gota...Beber las migajas de amor que me dejaste.



No me pregunten qué se siente. Cómo huele. A qué delicia saben sus terribles labios.
Sólo comprendo el estado de mis huesos, cayendo con todo su peso al ritmo de mis emociones.
Mis dedos fríos recorren lentamente las vueltas de páginas de la historia más triste de todas las épocas.
Y leyendo con paciencia las primeras hojas de la novela que ofrecieron tus manos, viajo como una ráfaga a la habitación donde construimos nuestro pequeño cosmos…aquel rincón donde te amé con locura, donde me convertiste en tu princesa y tu hada encantada, donde iluminaste mi vida con un sorbo de tu mirada.
Aquel abrigo de nuestra pasión que hoy sólo es un ligero pasado, donde aquella reina cedió su corona de diamantes y perdió el zapatito de cristal a causa de la frialdad del tiempo.
Cómo fue que mis manos tocaron por última vez aquel cuerpo caliente que llamaba a mis deseos ardientes de niña buena.
Cómo pude permitirme no darte el beso mortal, ese que atrapa y envenena cada vena sangrante, el que intoxica de amor y protege con celos a la víctima de sus garras; y sólo atiné a dejar salir de mi boca un Adiós. Una respuesta vacía y oscura. Una despedida cálida y triste. Un despertar repentino de un sueño tejido con plumas de aves vespertinas.
Simplemente te marchaste.
Mi mirada cabizbaja observaba cómo tus pies se apartaban del coche, y saludabas con ternura mientras girabas hacia la puerta del hotel que nos cobijó en la sombría noche.
Ese fue nuestro último abrazo. Fuerte y desconsolado. Nuestro último roce.
El último soplo huyendo con tristeza de tu respiración, sentir suavemente los latidos de tu pecho, que reclamaban con vigor hacer tuya, cada porción de mi anatomía.
Esas calles ya no serán las mismas.
Los desayunos no saben igual si no los comparto con tu esencia, si no llegan a nuestro lecho bajo las manos transparentes de tu presencia.
El día no será tan brillante y resplandeciente.
Tan sólo en mis recuerdos me tomas fuertemente hasta robarme un beso casi inocente, y te disculpas sin razón con una mueca distraída.

Y, tal vez, fue el destino, o simplemente la rueda mágica de la vida, esa que da el toque de fantasía al instante más real de los días, que me abandonaste viajando a la deriva.
A mi lado, un chofer con el corazón roto. Sus ojos brillantes de dolor y furia, un amor que salpicaba tristezas. Por los poros de su rostro navegaban caricias sin piel, regalos sin destino y un presente que mantenía a gotas para dominar de lejos a la muerte.
Un señor de canas finas y decisiones débiles.
Una flor marchita en el jardín de los sueños; y detrás, una muchacha de labios carmesí, luchando por no borrar sus huellas, sus olores, y el fresco sabor dulce que renacía de su boca cuando intentaba decir te amo.
Quién era yo para aconsejar sobre amoríos y decepciones.
Quién confiaría en una joven caprichosa que nunca conoció el amor ni el odio, aquella que caminaba bajo el sol del verano para cegar sus ojos ante la irreal ilusión de su mundo.
Por qué mis palabras sanarían mágicamente a un anciano casi desesperado, esperando una mujer que enterró su nombre bajo un árbol viejo y moribundo.
Por qué debía ser yo la que nadaba en un mar de consejos y convicciones, por qué el aire no se llenó simplemente de sonidos afónicos.
Por qué aquel hombre de barba apenas rasurada observó con estoicismo nuestro último beso, y mareó mis ideas con una filosofía casera encontrada casualmente en el bolsillo de su piloto chapoteado por el rocío matinal.
Por qué cada momento quedó plasmado como un collage de imágenes sin movimiento, y cuelgan de mis muñecas tiesas, desgastándolas con cuidado.
Por qué hoy sólo sueño con beber un poco más de las gotas de amor que me obsequiaste aquella tarde, y miro de reojo el campanario a lo lejos. Aún lo señalan tus dedos desde el vidrio mojado, sudado de pasión y secado a tiesas con telas hechas de viento.
Por qué esa escena se reitera cada mañana, el mismo taxista recoge mis sueños en una esquina desolada, y finaliza el recorrido en su última parada justo antes de despertar.
Quince segundos paralizando la respiración, los pulmones contraen aire que roba de los rincones, y mis ambiciones se multiplican hasta vislumbrar la luz al final del túnel. Cuando éste acaba, mi cuaderno rebalsa de ilusiones a punto de explotar…resaltando en cada deseo, en cada una de mis utopías, que tu nombre está en todos ellos…
Quiero volver a deleitarme con tu figura, viendo deslizar ese cuerpo por las escaleras, que esa bienvenida sea la única y la más dulce de todas.
Quiero que tus peligrosos labios callen mis profundas preguntas y supriman mis miedos más inútiles.
Que la tersidad de tus manos borren mis complejos de princesa y rodeen mi cintura, dócil y afinada.
Quiero sentir nuevamente la brisa de tu amor en mi espalda; que genuinamente caigas a mis brazos oxidados de tanto esperar por caricias.
Y por las tardes, contemplar de a dos el blanco reloj del cielo, que nos observa desde lo alto como saludándonos por la ventana.
Quiero amanecer contigo, enroscada apasionadamente entre las sábanas, sintiendo con agrado el leve sonido de tus silencios.
Quiero leer mil diccionarios, y reinventar palabras que te halaguen, me descubran toda tuya, y fingir hacerte el amor entre aquellas paredes, cuando el color de tus ojos se haya esfumado con mis recuerdos.
Quiero derrochar hojas en tu nombre, cantar por las noches bajo el reparo de tu mirada y escuchar con desesperación tu voz al teléfono. Sentirte a mi lado cuando nos separe una distancia que entristece hasta al corazón más valiente.
Quiero volver a nacer, caminar las mismas aceras aplastadas por el tiempo y oír con tu voz de caballero enamorado un “te quiero”, hermosa princesa.
Quiero sentir el universo sobre mí.
Quiero no pensar en dejarte pedazos de algunas letras, vibrante melodía y un puñado de palabras a medio terminar, refugiándome en la fantasía de que algún día volveremos a estar juntos.
Despertar tomados de la mano y pedirte en silencio: CUIDAME OTRO AMANECER.

La novia del tiempo...



Sola quedó la princesa…el carruaje más hermoso esperaba impaciente al ritmo de las agujas del reloj, los lacayos susurraban en silencio y observaban de reojo las lágrimas que recorrían con lentitud las mejillas de la triste muñeca.
El brillante vestido blanco perdía de a poco los detalles plateados que contorneaban su figura. El color desaparecía como absorbido por el tiempo.
Dentro, una ráfaga soplaba desde las ventanas. Las velas oscurecieron el campanario y las aves volaron con temor a lo alto del cielo. Escapaban de la tormenta.
Las campanas sonaron hasta desgastarse, retumbando por horas en aquella ciudad casi deshabitada.
Y el príncipe azul olvidó hasta su nombre.
Olvidó el traje en el ropero, las flores en el jarrón y una esperanza esperándolo para siempre.
Olvidó las llaves de la casa que nunca construyeron, los cimientos son hoy nido de sus ilusiones.
Olvidó correas y bozales, para pasear sus sonrisas por las tardes cuando baja el sol en el ocaso.
Olvidó las palabras que inventó una noche, mientras miraba los ojos de aquella bella mujer que lo amaba con locura.
Y entre tantos olvidos, olvidó su presente.
Subió a un tren que pasó casualmente y viajó sin destino a buscar su mirada.
Limpió un cajón perdido y reposó en él como quien busca compañía en la soledad de la noche.
Seguido silenciosamente por las suaves oleadas del viento que recorrerían sus cabellos, tarareaba con dolor las letras de un “te amo”. Un amor que sentía a distancia.
Una pasión que reconocía en su pecho, al llegarle noticias de su amada, quien le enviaba besos por celular, y caricias que viajaban entre las nubes.
Escribió los versos más tristes que jamás nadie ha oído, y el leve sonido tambaleaba sobre los rieles, a punto de caer.
Gritaba a la nada, a la vacía llanura que lo rodeaba, esperando que el eco de su voz le acariciara el alma.
Dormía para soñar con aquella noche, y tocando las cálidas manos de la ironía, despertaba con la compañía de su sombra.
Esa oscura ilusión que cubría sus espaldas cuando acechaban los recuerdos de su pasado.
Mientras tanto, ella derramaba de a gotas instantes de deseo y se marchitaban una a una las hojas de su desabrido cuerpo; envuelto en sábanas blancas y frío como la nieve en invierno.
Aquel sueño de cuento de hadas fue perdiendo historias. Las páginas quedaban de a poco sin color y los renglones parecían derretirse como hielo en la boca.
Otras fueron arrancadas entre lágrimas y sangre por damas solitarias y hombres sin corazón.
Aquel sueño no fue más que una terrible pesadilla, un juego del destino, un fuerte dolor de cabeza para la enamorada muchacha de cabellos claros, que sigue aún esperando su futuro.
Adoptada por el tiempo, se convirtió en la dueña de las calles abandonadas. Sus amigos fueron árboles y sus hijos el reflejo de su vientre en las aguas turbias de la laguna.
Sólo hablaba con su Dios, una estampilla antigua decorada con flores secas, rodeando la imagen de su único amor, aquel que le quitó el alma, y le robó el corazón; Su príncipe. Quien hoy le canta por las mañanas y duerme por las noches con la luz de su mirada.

Peligrosa Obsesión.



Redondas. Uniformes. De cuerpos marcados y llamativos.
Figuras que marcan tendencia donde se las encuentre. Peligrosas obsesiones.
Saladas o dulces. Dietéticas o de amargo chocolate.
Caricias que entristecen el alma. Golpes que duelen con el correr del tiempo.
Enemiga de mi angustiada cabeza y amante de la soledad cotidiana que habita en los cielos cuando te escondes para dormir.
Te observo mientras caen gotas de sabor desde mi boca, seca de pasión y deseos.
Registro tu aroma desde lejos.
El calor que sale de tu cuerpo semidesnudo llega a mis manos pidiendo más huellas.
Más de tu texturado tejido. De tus movimientos que despiertan mis cinco sentidos.
Sueño con tenerte, gozarte y sentirte, dulce y suave como un fresco helado de frutillas.
Notar tu deslizamiento en mi anatomía, olvidando cualquier anomalía y complejo que afecte mi mirada.
Hoy quiero llenarme de tí hasta que mis manos no ansíen tocar mi cintura.
Hasta que mis húmedos labios pidan más, mi lengua te necesite, y a gritos desesperados negocie por un poco de tu adictiva droga; y sienta que nades por esta máquina que ingiere amor, un amor tan superficial como mis palabras.
Los espejos que rodean mi cuarto se volverán oscuros y opacos, así como mis ojos en las horas que te recuerdo. No reflejarán el sol del día ni la luna de las noches estrelladas.
Entonces, en medio de la tenue luz del farol que se esconde entre los árboles, no podré verme. Ni verte. Ni vernos cuando rocen nuestros acalorados cuerpos y tu prohibida estructura firme un stop con mi centro.
Cuando haya experimentado la aventura de tu detestada presencia, revoloteando como polillas que comen sin miedo mis ilusiones. Te odiaré más. Hasta no poder escribir siquiera tu nombre.
Tus cortas sílabas causarán en mí pánico y terror.
Mi cuerpo esbelto estará completamente contaminado con tu peligrosa esencia.
El veneno de tus propiedades naturales será como morfina corriendo por mis venas.
Poco a poco mi sonrisa irá desapareciendo, reemplazada sin razón por aquella triste línea que apenas logra encontrarse entre las lágrimas. Cubrirán mis mejillas como arena en el desierto.
Intentando desesperadamente eliminarte como un rayo que cae y se mezcla entre las negras nubes, veo gotas de sangre recorriendo con vigor mis brazos manchados de algodón. Y lloro. Y te odio más.
Pero aún sigues ahí. Detienes el tiempo. Mientras la rutina del mundo que nos rodea como un esclavo del pasado, deja marcas en las calles. Viven sin nosotros. Sin mí.
En aquel momento, recojo un sucio diccionario, con la etiqueta de alguien que lo perdió buscando esperanzas.
Releo ideas vagas y absurdas como tu engaño, y las uno haciendo un collage para comprender el rompecabezas de la vida.
En él pegué relámpagos de opciones y viejos inventos creados por un Dios para salvar cuerpos sin alma.
Imágenes que tomo como mías. Las apropio sin permiso. Formo con sus letras mi segundo nombre.
Ahora, quizás, desaparezcas. Huyas de mi cuerpo o sólo quedes a un lado.
Donde quieras podré dejarte. Sobre la mesa, en algún mesón perdido o en el suelo de cualquier bosque encantado. Pero nunca más pidas estar dentro mío…
Y así sucedió. Maldito sueño incumplido, te has desprendido. Entre lágrimas y gritos de dolor y asfixia. Porciones de tu codiciado pecado resbalando entre mis mojados dedos y mi rostro agotado.
Allí te veo, y levanto mi mano. Ya estás fuera, y les has devuelto la sonrisa a mis labios.
Te saludo, y con un confuso goodbye giras por segundos, antes de desaparecer de mi vista.

Locura y realidad.



Si lo pienso por un instante…tal vez mi vida no es una locura. O sí.
Quizás cuando caen mis palabras y manchan las blancas capas de papel, vuelco en ellas esos pedazos de agonía que laten con vigor por las noches.
Quizás esta soledad intenta salvarme, o sólo está jugando a la calesita con mis ideas, me instaló sin preguntar en un parque de diversiones.
Tal vez siempre estuve varada en estas calles, en este tiempo, en esta realidad tan poco real... Y sigo vagando entre opciones sin saber cuál escoger.
Parada frente a frente con mi destino.
A mi izquierda aquella pequeña tímida, carente de aventuras y ahogada en sueños. 
Amarrada a su tierra, llorando por un juguete roto y gritando con fuerza a su mascota que se aleja.
A mi derecha, una gran sombra opaca e incorpórea. 
Una pila de hojas a punto de caerse que esperan ser descubiertas. 
Una vida y una muerte tomadas de la mano.
Y aquí estoy hoy. Una mente psicópata recogiendo con las manos las mariposas que revolotean sobre mi cabeza. No me dejan dormir.
Esta maniática disfruta de caminar entre abismos y saltar hoyos que se han quedado sin suelo. 
Una excéntrica confundida, decidiendo con un ta-te-ti, si dar un pie hacia delante o seguir robando sueños para no despertar.
Pastillas, tóxicos, antidepresivos o para dormir.
Cajitas de sorpresas que guardan secretos nunca revelados.
Miradas que matan, olores que van y vienen, se instalan y torturan. Por horas. 
Ruidos de guerra, contaminando los espacios verdes de mi cabeza, sótanos donde me acuesto a respirar cuando las voces aturden mi conciencia. 
Sabores que conquistan mi lengua. Dulce y amargo. Hoy saben lo mismo dentro de mi boca. 
Momentos felices donde mi alma brilla, para luego caer al descontrol de la rutina, al mundo de los vivos, de los sanos, de los que creen ser normales.
Paranoicos que no reconocen sus concepciones monomaníacas progresivas.
Mentirosos mezclados entre amigos y extraños, viven días de fantasía inventados para olvidar su triste vida en el infierno.
Drogadictos a las sensaciones, a las pasiones y a las manos suaves de una madre.
Abusadores del aire puro y de las noches estrelladas.
Anoréxicos que no ingieren esperanzas ni sonrisas, vomitando a cada paso porciones de vida, de sueños, amando a la muerte y rezándole a un Dios invencible.
Mientras tanto, yo sigo resolviendo el crucigrama de mi inocencia…viviendo de a dos las emociones de mi alma, conllevando esta vida casi real, intentando comprenderme desde estas dos personalidades que me acosan durante los días y las noches.
¿Dónde está la línea que separa a mis dos desequilibrados mundos?
¿Hasta dónde puedo caminar sin toparme con la locura psíquica que persigue mis sombras?
¿Será posible sobrevivir unos años más compartiendo la soledad con mi compañía, la muerte con la vida, la pasión desenfrenada y la tranquilidad mutilante?
Quizás no, no estoy loca, no creo en este diagnóstico frío y cruel.
La vida es una locura, pero yo no estoy en ella. La veo pasar.

Ésto es todo lo que decimos...Démosle una oportunidad a la paz.



Una marca dejaste tatuada en mi cintura.
Imborrable presencia que disfruto impregnada en mi alma. Tu aroma, tu figura y tu sonrisa habitan aquí, en este rincón de mi cuerpo.
Jardinero de mis pasiones, recorre una vez más el camino entre las hierbas, salpícalas con las gotas de amor que tanto me atraen. Enamórame con tus pisadas fuertes y cansadas.
Riega cada una de las rosas que florecen en primavera, y escucha el canto de las aves susurrando tu nombre.
Saborea el polen que siembran mis emociones, siente la soledad que acecha en esta selva casi deshabitada.
Depredador de mis ilusiones, salvaje amante, inyéctame tu mortal veneno. Ese que se esconde entre tus finas capas de piel, y del cual se escapan todas las especies de este pequeño planeta.
Me excita sentir el peligro que provoca tu sombra entre los árboles.
Quiero ser la víctima, tu presa, y como efecto de la mordida caer rendida. Intoxicada con tu amor.
Hagamos simbiosis con nuestras ideas, nademos junto a la marea roja, erosionemos el muro de las desigualdades. Regalémosle brisas de oxígeno a este aire tan contaminado y que el mar sólo nos ofrezca tranquilidad y no víctimas.
Mimeticemos los inofensivos deseos, que imiten la forma y el color de tu sonrisa, para que soñar sea más dulce que antes.
Migremos como las golondrinas, inventemos de la mano viajes de ida y vuelta.
Volemos sin ataduras, despleguemos alas y mostrémosle al mundo cuán hermosos y pacíficos son nuestros ideales.
Si no encontramos palabras, usemos el sexto sentido, cerremos los ojos, inhabilitemos los demás órganos, y que el corazón sea el único guía de nuestro destino.
Juguemos a pigmentar los momentos de pasión, que las armas se carguen con clorofila, y disparen amor por cada rincón del globo. La luz del sol se encargará de darle el toque final para que brille de colores.
Cantemos el himno a la ternura, tiñamos las calles oscuras y los corazones tristes, borremos sin dejar rastros los colores grises que amargan la vida.
Sembremos ilusiones desde lo alto, y la ley de la esperanza cosechará paz y amor, suficiente para todos los hombres del universo.
Nosotros sólo seremos sus semillas, y al mismo tiempo los paisanos de esta tierra. Los primeros en dar el paso hacia el gran cambio.
Al fin la humanidad sabrá de qué se trata esta aventura.
Aventura que muchos empezaron, y a quienes les cortaron las alas cuando apenas lograban levantar vuelo.

El artista de mi alma.



Qué hacer cuando resulta imposible soportar la cruel soledad…ella hace huecos en la oscuridad de mi cuarto, y limita el territorio de mis sueños a puertas cerradas.
Qué sentir estas tardes tristes y mojadas, donde la lluvia salpica mis pies que asoman desde la ventada, si mi corazón no está conmigo, se lo llevó de paseo tu imagen.
Qué pensar cuando sólo tu recuerdo fugaz y aventurero habita en mi cabeza y da vueltas por cada uno de sus rincones como un fantasma atravesando paredes.
Qué tocar, si ya no siento siquiera mis manos, te has llevado hasta mis huellas, mis aromas, mis pequeños deseos de libertad.
Qué labios besar en momentos como éstos, cuando mis ganas salen triunfantes frente a la razón.
A qué cuerpo le haré el amor cuando golpeen a mi puerta la locura y la pasión desenfrenada, llamando en silencio al codiciado pecado.
Poeta escondido entre sábanas, dedícame una vez más esas palabras que me hacen sentir viva.
Léeme despacio y con pausas las líneas que subrayan mi nombre. Enumera las páginas prohibidas y arranca aquellas que te hacen romper en llanto.
Escultor de mis sueños, talla en mi pecho la esperanza de recuperarte, martilla con vigor y clava fuertemente el punzón de hierro que compraste, mi corazón ya no sangra.
Ni Picasso ni Dalí, sólo tus manos podrán devolverle el color a mi sonrisa.
Has que rebalse de brillos esta habitación, decora cada rincón con tus ganas. Ponle tu firma a cada detalle. Aquí no hay límites, sólo tú y yo, y la tarea de transformar nuestros mundos.
Mi músico preferido, quiero oír nuevamente esa canción, que la música llene el aire con tus voces, que cambien con el choque de tu dulce mirada.
Quiero ser tu estribillo, tu principio y tu final, ser el coro y la melodía. Ser tu acorde, tu corchea y cada una de tus notas. Llenarte de mí, de mis sonidos y silencios.
Déjame ser tu escultura perfecta, y cúbreme con acuarelas para que sólo tus ojos logren contemplarme. Elige las partes de mi anatomía que más te cautiven y llévalas de regalo, todas te pertenecen.
Tómalas con cuidado y construye el monumento más hermoso que nunca antes hayas imaginado.
En él reposarás por las noches, protegido bajo mis cálidos brazos.
Allí te esperaré fría, blanca y pura como mi alma. Sin telas, sin alhajas ni condiciones.
Tan vacía como el desierto, para despertar en tí el deseo del artista que llevas dentro.
Vamos, comienza a moldearme, y hagamos juntos de ésto, un nuevo Renacimiento.

Nos vemos...en el pasado.



Qué absurda sensación, patética posibilidad de autocontrol.
Desgaste físico y mental, provocado por los abusos del tiempo.
Decisión de darle un freno al movimiento de mis emociones, bajarle el pie a las alas de la aventura y tocar tierra firme con los pies cansados y sucios.
Me dejo golpear sin razón por las manos de la locura, sostengo el pesado mundo con mi dedo meñique y anudo mi cuerpo con sogas gruesas y filosas que encontré una tarde buscando esperanzas.
Otra vez no, el pasado triste y oscuro no volverá a tocarme. No permitiré que renazca de las cenizas, no le daré suficiente fuerza.
Si yo misma cavé su tumba, fui yo quien lo enterró vivo y en pedazos. Mis manos fueron las que sepultaron aquel cajón que aún sangraba ilusiones.
Mis palabras, los últimos sonidos que oíste salir de mi desesperada boca, cayeron junto a tu cuerpo a ese profundo y húmedo hoyo, del que nunca saldrás, aunque lo intentes.
Yo fui quien cantó el himno a tu muerte, quien cortó las rosas del jardín que tanto amabas, quien mojó el suelo seco con lágrimas al ver que huías de mi lado.
Sólo mi corazón intentó hundirse violentamente y permanecer atrapado entre los escombros de la soledad y el silencio.
Sin embargo, hoy sigo caminando sobre las mismas calles desoladas, respiro el contaminado aire de la ciudad, y riego las mismas rosas que olíamos por las mañanas.
Tú ya eres pasado, enterrado como las horas y los días, muerto como las noches de pasión, intacto como las imágenes de las fotografías que nunca tomamos. Ya no eres nada, sólo recuerdo, vagas y torpe recuerdo que sólo viene a la memoria cuando no hay nada en qué pensar.
Eres frío y añejo, un tonto y desquiciado pasado que detesto como a tu propio nombre, un cruel espantapájaros de sueños, un asesino de almas enamoradas, ladrón de ilusiones y futuros perfectos.
Hoy te veo desde lejos, te observo tras un muro con los ojos cerrados, y ruego que nunca aparezcas. Que tu alma quede apresada por siempre, que tu maldad se ahogue con tus penas y tu corazón no palpite cuando hayas despertado.
Porque no formas más parte de mi vida, te fuiste de la mano con mis tristezas, nadaste por mares con las olas de mis lamentos y clavaste el ancla donde el barco de la soledad tiene su terreno.
Allí donde habitan los momentos que no recuerdo, los sentidos que ya no siento, los dolores que no duelen ni amargan.
Quedaste varado en mi pasado. En mi triste y olvidado pasado.
Existe una única verdad?
Las cosas son como son o como las vemos?
Qué importa verdaderamente? Nuestra mirada? La mirada de los demás?
De qué depende? De cómo estamos, de cómo nos sentimos, de cómo vemos las cosas?
Cuántos puntos de vista existen? Uno por cada uno de nosotros?
No siempre las cosas son como creemos, ni como las vemos…
A veces hay que cambiar la mirada, cambiar la dirección y cambiar nuestro punto de vista…