Buscando aventuras, así te
encontré, mi dulce ángel...
Cansada de burbujas, ahogada
entre ideas torturadoras, miradas asesinas y espejos que reflejaban miedos y
obsesiones.
Horas, días, eternos momentos
donde tus palabras escritas alumbraban mi alma. Donde tu dulzura llenaba de
color mi vida y tu presencia ausente negociaba con mis ganas de tenerte.
El sólo hecho de despertar de
mañana y leerte entre líneas, aun a cientos de kilómetros de distancia,
sonrojaban mis mejillas y dibujaban una sonrisa en mi rostro.
Tus tiernos mensajes
abrazaban mi espíritu, rodeaban mi cama como sábanas tibias y acompañaban mis
sueños por las noches tristes.
Anhelos. Únicamente por
deseos sobrellevaba mis días con ansias de vivirlos. Un escape de la realidad,
un mundo ficticio, habitado por una esencia tan especial, que lograba
mantenerme con vida.
Un mundo irreal, construido
con mis pensamientos, con mis apetitos de cambio, con mi tendencia a hallar
diversión en cada esquina.
Pero sorpresivamente, esa
ilusión se hizo realidad, así como un cuento de hadas. En medio de ruidos,
noche, luces y rock and roll, tu imagen se volvió nítida, los bordes borrosos
pisaron fuerte en esta ciudad tranquila, para romper todos los esquemas, para
sacudir la timidez de esta niña, cansada de esperarte.
Aquella noche de fin de
semana encendió en llamas mis labios, que ardían al compás de tus cálidos besos,
mi corazón enardecido aumentaba sus pulsaciones, hasta acabar en un coma
enamorado.
La luna había desaparecido de
repente, las estrellas no iluminaban, el sol estaba listo para salir a escena,
y los bares cerraban sus puertas, dejando tristeza en mis manos, minutos
sobrantes, besos perdidos…
Buscaba tiempo, sólo el
tiempo sabría ayudarme a empolvorear el ambiente con fuego, con garras, con
calor y pasión, tanto que podría llegar a quemar un bosque entero.
Y el tiempo me regaló una
merienda acalorada. En medio de risas, música y voces animadas, paredes puras y
blancas, humo sabor a hierbas y una tenue luz color piel, hicimos el amor hasta
convertirnos en salvajes amantes.
El rincón de la cama nos
observaba envidioso, frío y calculador, esperando un fin desgarrador, un saludo
para siempre, un abrazo sin sentido.
Había profetizado la
situación, predijo el futuro, o simplemente el destino estaba marcado con
cruces rojas para aquellas almas incorpóreas.
Nos dijimos ‘Adiós’. Cuídate
mucho. Y continuamos esa aventura, en la misma condición con la que la habíamos
inventado, en nuestros sueños.
Hoy creo haber despertado,
una nube de preguntas invade como hormigas en pleno verano. Risas, diversión,
locura, límites corrompidos, interminables ítems fueron marcados como
quehaceres. El libro de vida estaba repleto, pero las últimas páginas nunca se
habían escrito. Se hallaba un comienzo y un hermoso desenlace, pero nunca se
desarrolló un final. Ocurrió tan de prisa que escapó a los flashes, no hubo
captura, no hubo puntos y aparte. Sólo un escalofriante final.
Y después de esa historia,
escrita con pluma antigua sobre hojas arrugadas, no queda más que releerla para
recordarte. Para sentir inevitablemente que necesito mirarte, apreciar tus
manos sobre todo mi cuerpo, enredarme entre tus piernas y acariciar tu bello y
suave rostro hasta dormirme entre tus brazos.
Que creo indispensable
silenciar mis gritos de soledad, con una dosis del calor humano que emana de
aquella cama donde hicimos el amor. Ese cuarto de hotel fue un gran espectáculo
para mis ojos, cansados de la rutina, de la mirada sin sentido de la gente. Esa
tarde ardían mis sentidos…
Recuerdos, no son más que
recuerdos, y siempre lo serán, parte de mi memoria. Imágenes que se mantendrán
volando, en lo alto, para que pueda cazarlas en vuelo cuando me apetezca
saborearte.
Allí arriba estarás, como un
ángel cuidando mis alas, y yo, aquí abajo, pensándote, tejiendo una gran
escalera con hilos mágicos, a fin de subirla y atraparte en algún sueño...