Y
esta noche me tocó caer…
Atrapada
en la telaraña de tu ausencia, enredada entre las sábanas blancas de tu pureza,
empapada vergonzosamente por lágrimas frías y desesperadas.
Tu
mirada cómplice y tus manos aventureras se vuelven intermitentes en las
brillantes paredes de mi cuarto. El sonido de tu risa, expresando sólo
felicidad y éxtasis me ensordece cada noche, juega con mis sentidos, apuesta a
mi enloquecida soledad, truco a mis fantasías y un jake mate a mi apenado
corazón.
La
demencia golpea mi puerta, mis pies castigados por la humedad del abismo no
intentan rozar el suelo.
Mi
hogar se ha convertido en una cárcel, un panteón oscuro y frío, un depósito de
muerte y decadencia. Un sótano impenetrable, allí donde mi alma descansa a
oscuras, llora en silencio evitando despertarme y le reza a un Dios invisible,
pidiéndole a gritos afónicos tu pronto regreso.
La
embriagadez ya dejó de calmar los dolores, el mundo y su realidad continúan
intactos, no consigo volar hacia alguna verdad donde no logre recordarte...
Las
gotas sabor tristeza no se detienen, no hay droga que sea capaz de quitar la
sal en su lento recorrido; las mejillas humedecidas lloran tu ausencia, y tus
recuerdos asoman como flores salpicadas por rocío matinal...
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